El
panorama para los jóvenes en Venezuela no luce nada alentador, la independencia
económica es una falacia, que solo es posible fuera de las fronteras. No hay
recursos para satisfacer las necesidades más básicas del ser humano, pero
además, no existe la suficiente esperanza y convicción que alimenten las ganas
de trabajar por la construcción de un mejor país.
Los
jóvenes más privilegiados, entiéndase como aquellos que independientemente de
su estatus socio-económico tienen la oportunidad de seguir cursos técnicos y
universitarios, terminan por ser los más frustrados dentro de la población.
Poco a poco observan como su calidad de vida y sus propias aspiraciones
disminuyen.
Un
gran grupo de estudiantes notan que el tiempo y dinero invertido en educación,
no son suficientes para poder avanzar hacia una verdadera satisfacción como
individuos y venezolanos. Eso conlleva a visualizar alternativas más allá del
contexto nacional, no es casualidad que el 90 % de los jóvenes que emigran de
Venezuela sean profesionales, la frustración que siente imposibilita su
desarrollo. Observan que el país, sus
líderes y la sociedad, no cumplieron la promesa, que si se forman y estudian
podrán tener un nivel de vida estable y un mundo de oportunidades.
La juventud profesionalmente capacitada se va
en búsqueda de esa libertad, que ya no se encuentra en su patria. Y aunque la
nostalgia sea difícil, muchos entienden que es el sacrificio que deben hacer
para encontrarse a ellos mismos y desarrollar el modo de vida que aspiraban
desde las aulas de clases.
A
pesar que la realidad anteriormente mencionada, se ha posicionado en los medios
y en la opinión pública, sobre todo dentro de la clase media, esta no
representa la crisis que viven la mayoría de jóvenes en el país.
El
aumento del embarazo precoz en Venezuela, ha hecho que se formen núcleos
familiares muy jóvenes, incluso adolescentes. Esto se ha traducido en deserción
escolar, ante la necesidad de buscar recursos para mantener el hogar. A la vez,
esto ha representado un menor número de personas capacitadas para ciertos
trabajos y una alta demanda de trabajos donde no se necesita un profundo nivel
de estudios. La demanda de estas personas que buscan empleo, redobla la oferta
del mercado laboral. El resultado final es fatal, un mayor número de
desempleados jóvenes, sin capacidad académica y ya con familias propias.
La
frustración de los jóvenes por esta situación no es nueva y la falta de
políticas públicas por parte del Estado, tampoco lo es. Pero más allá de eso, también
se nota una falta de solidaridad a nivel generacional. Muchos jóvenes
capacitados profesionalmente o en proceso de formación, desconocen la realidad
de los que no son estudiantes o profesionales, que representan al final la gran
mayoría del país.
La
construcción de una mejor Venezuela, pasa por idear un plan donde todos los
sectores de la sociedad sea vean representados, pero además que sean partícipes
de la construcción de ese proyecto.
Para
idear algo que cambie al país, no se puede hacer solo desde las elites, se debe
construir desde los barrios, las zonas populares, los caseríos y todas las
poblaciones que por diferentes circunstancias han estado marginadas dentro de
la sociedad. Hay una falla de origen en muchas iniciativas políticas, que
muestran la percepción del país desde una visión particular, esto de entrada ya
cierra las puertas a otras formas distintas de pensamientos y reduce espacios
para el intercambio de información.
Si
la juventud venezolana, desde los estudiantes hasta los obreros, pescadores,
agricultores, vendedores, si todos ellos quieren un país distinto, debe haber
un acercamiento autentico, que vaya más allá de lo que una cámara de televisión
o un tweet pueden demostrar. Reunirse en los barrios, planificar junto a sus
habitantes, hablándoles sobre el sistema electoral, sobre la defensa de los
Derechos Humanos, defendiendo la libertad de expresión de ellos como individuos.
Con ese tipo de cosas, no solo se podrá tener un mejor país, sino se estaría demostrando
al mundo que a pesar de las diferencias, cuando se entiende que lo más importante
no es quien tengan el poder, sino que haya un verdadero bienestar, y quien lo
pueda brindar es quien merece gobernar, cuando se pueda entender que esa
cultura del oportunismo tan marcada a lo largo de nuestra historia desmonta las
instituciones, seremos una verdadera nación: gloriosa, orgullosa, amarilla,
azul y roja.
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